Hace unos días en Perú estalló una nueva polémica, que lamentablemente volvió a involucrar a una comunidad indígena amazónica, en este caso a la etnia Shipibo-konibo. En el marco de un conversatorio de moda llamado “Orígenes 2024”, que se realizó el 28, 29 y 30 de noviembre, la diseñadora peruana Anis Samanez y José Forteza, editor de la revista Vogue en México, tuvieron declaraciones miserables, por decir algo porque no hay adjetivos suficientes.
La primera apuntó que el ancestral arte kéne de los hermanos shipibos konibo también le pertenecía porque ella también es peruana, por su parte Forteza remató, con mucha ignorancia, que al ser el arte kéne patrimonio de la humanidad esto significaba que era de todos.
No se puede señalar que los símbolos culturales de un grupo humano, de tradiciones ancestrales, le pertenece a todo el conjunto de personas que conforman un Estado nación porque antes de la llegada de occidente con sus líneas imaginarias y la fragmentación territorial esas manifestaciones culturales ya existían. Además, regulaciones internacionales dispuestas por organismos como la ONU, UNESCO, OEA, y la declaración de Friburgo ostentan una serie de artículos que protegen los derechos culturales de los pueblos originarios. Sin ir más lejos, la actual constitución peruana en su artículo 89 define que el Estado respeta la identidad cultural de las comunidades campesinas y nativas. Por eso se reconoce al arte leñe como patrimonio cultural del Perú, para garantizar su debido cuidado y conservación, no para que cualquier persona ajena a la cultura shipibo sienta que también ese arte le pertenece.
Los pueblos originarios amazónicos en el Perú tienen una historia de sangre, fuego, injusticia e impunidad. Hablamos de grupos humanos que hasta hoy no logran salir del umbral de la vulnerabilidad social y la pobreza, víctimas de un Estado que lejos de los documentos no logró gestionar políticas públicas para una inclusión intercultural y un desarrollo sostenible e integral. En ese contexto adverso que un par de sujetos económica y socialmente privilegiados se crean con el derecho de reclamar como suya la cultura de un pueblo amazónico es aparte de inaudito, grotesco y miserable.
El debate que todo esto generó se está centrando, en la mayoría de casos, en el tema de apropiación cultural. Es decir, el acto de tomar elementos ajenos a una cultura y sacarle un rédito económico sin previo permiso. Una práctica harto conocida en el mundo empresarial. Situación que esconde clasismo, paternalismo y la línea con el racismo colonialista es muy delgada. Para la noticia en cuestión considero que estamos frente a un caso de racismo. El discurso de la diseñadora y el encargado de Vogue México no buscan la justificación de uso del arte kéne, sino demostrar que su posición étnica, social y económica está por encima de cualquier manifestación indígena. El patrón del amo y el esclavo, del civilizado y el bárbaro, del artista y el artesano ignorante.
En el colmo de la vergüenza el Ministerio de Cultura del Perú solo atino a sacar un escueto comunicado de rechazo a las declaraciones citadas. No hay medidas concretas a tomar, ni sanciones de algún tipo, nada que tenga un efecto aleccionador real, solo un saludo a la bandera. No obstante, y dejando de lado la inutilidad del actual gobierno, han sido los peruanos que, no sé cómo, se han volcado en las redes para salir defender a las hermanas artistas shipibo konibo y su cultura. No todo está perdido en este país de las nadavillas.